"Está recomendado para disparar a una distancia de entre 3 y 12 metros", señaló Faraoni, quien destacó que "el dispositivo trae una bodycam que registra absolutamente todo, para tener el control sobre si hay un abuso y poder sancionarlo en su caso o para proteger al policía de una falsa denuncia".
En la cátedra de Criminología de la Universidad Nacional del Litoral explicaron a este medio que el uso de Taser puede representar una opción intermedia para los funcionarios policiales, entre la negociación y el uso de armas de fuego común. Y también puede significar una disminución de potenciales lesionados por armas de fuego, incluyendo a terceros. Por último, en base a un buen sistema de entrenamiento posibilitaría inmovilizar a una persona sin causar, en principio, lesiones permanentes graves.
Pero en contextos institucionales con baja capacidad de control y rendición de cuentas por parte de las fuerzas de seguridad, las Taser pueden transformarse en un instrumento de maltrato, usado como castigo o coerción, incluso contra personas ya detenidas. Y existe una letalidad encubierta, especialmente cuando se usan contra personas con problemas cardíacos, bajo efectos de drogas o en poblaciones vulnerables.
Esto último puede generar, dicen desde la cátedra, la falsa representación de un arma inocua, lo que puede inducir a su uso indiscriminado. Por otro lado, lo que viene sucediendo en América Latina es que se incorporan el uso de este armamento sin corpus normativos precisos, sin protocolos de capacitación y uso sin mecanismos de control externos a las policías.