Afuera, en las escalinatas de la Catedral, una hilera de velas amarillas iluminaban imágenes del Papa rodeadas de camisetas de San Lorenzo, flores, y carteles. “El papa Francisco me recordó que en la iglesia hay lugar para todos”, se leía en una cartulina celeste escrita a mano. Sobre esas escaleras esperaba un grupo de diez adolescentes que se acercaron después de terminar su clase en el Colegio Nacional de Buenos Aires. “Soy atea, pero lo bancaba al Papa”, dijo Victoria Buada, de 16 años. Para ella, “el click” fue ver una iglesia más abierta y que Francisco no solo hablara de religión, sino también de temas culturales, políticos, sociales, y que “contara las dos caras de un problema. Hacerlo público y no solo cerrarse a lo que piensa la religión sino plantear lo que él pensaba, por más que la iglesia no lo resguardara tanto”. En ese combo entra la postura que el sumo ponífice tuvo con la población LGTBIQ: “Apoyó mucho y no tomó un papel de ponerse a juzgar a partir de la religión, sino de aceptar porque Dios acepta a la persona como viene y no la juzga por lo que es”.
Junto a ella estaba su amiga Mia Conte Munilla, de 15, que dijo que se entristeció cuando se enteró de la noticia. “Mi papá lo llegó a conocer antes de que sea Papa y me parecía una buena persona y la verdad que me puse medio triste”, contó.